Ábalos se libra del calabozo
José Luis Ábalos, exministro de Transportes, declara por cuarta vez ante el Tribunal Supremo por presunta corrupción
“Esto parece la boda del Rey Carlos”, comenta un camarógrafo. “Mucha mucha policía”, canturrea otro. Ni nupcias ni Pacto entre caballeros de Sabina. Son las 8:47 de la mañana y el coro de periodistas espera ansioso la llegada del que en su día fue un animal político de primera categoría, el exministro de Transportes del PSOE José Luis Ábalos. El entusiasmo –dentro de poco se convertirá en aburrimiento– se ve frenado por varios policías apostillados frente al Tribunal Supremo que limitan con vallas dónde puede estar la prensa y dónde no.
Para el Supremo hay que madrugar mucho. Si algún aventurero se da un paseo a las seis de la mañana por la calle Marqués de la Ensenada, se encontrará a fotógrafos legañosos medio dormidos en su banqueta. Cuanto más importante es la persona, más sufre la prensa. Y un exministro de la cartera con mayor presupuesto investigado por contrataciones irregulares, organización criminal, cohecho, tráfico de influencias y malversación no está nada mal.

Hace unos días, gracias a un informe de la UCO, se sumó a la lista de Eventos Sospechosos No Identificados (ESNI) la existencia en las cuentas de Ábalos de 95.437 euros en metálico de los que no consta justificación bancaria. También se hizo público el particular vocabulario que usaba el exministro con su compadre Koldo: chistorras (billetes de quinientos euros), soles (billetes de doscientos euros) y lechugas (billetes de cien euros).
9:17 de la mañana. Un taxi se para sin previo aviso. Alboroto, gritos de “ahí viene, ahí viene”, cámaras despistados y fotógrafos que buscan su equipo. En apenas diez segundos se produce la entrada de Ábalos. Quién no estuviese atento, se la ha perdido. “Mierda, no me di cuenta”, maldice un periodista.
Ahora queda la segunda parte de la acción: esperar a la salida. Un redactor asegura que la declaración ante el juez comenzó a las 10:08. Apenas cuarenta minutos después, para alegría de todos los presentes, confirma que la vista ha terminado. “Con un poco de suerte, llegas a las lentejas”, le comenta un cámara a otro. Pero lo que parecía que iba a ser una mañana corta se iba a alargar. Y mucho.

14:15 horas. Las más de cinco horas de espera son la excusa para dar rienda suelta a la imaginación. Los periodistas especulan sobre si saldrá por la puerta de atrás, “a lo Cerdán”. En otras palabras, si lo mandarán a la prisión de Soto de Real. “Y nos dieron las diez y las once y las doce…”, comenta socarronamente el mismo camarógrafo del principio. O sale el ministro pronto o todos los presentes van a acabar odiando al pobre Joaquín.
A las 14:24 se repite el mismo ritual que a la entrada, solo que a la inversa. Con sus andares de dandi y actitud altanera, el que fue uno de los hombres más poderosos de España, se escabulle rápidamente de los focos y se mete en el taxi que le espera frente al Supremo. Una avalancha de “juntaletras” –como les llaman mordazmente los fotógrafos– habría abrumado a Ábalos con sus micrófonos si no fuese por el corralito hábilmente colocado por la policía hace unos minutos. De fondo se escucha a un fotógrafo gritar: “Venga, empezad a sacar el dinero”. Ha ganado la apuesta, está noche Ábalos no dormirá en el calabozo.



